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  • Estefanía Arriola Ordóñez

Metamorfosis


*Cuento inspirado por la obra "Metamorfosis" de Abel Amaya*


Morfeo, el dios griego de los sueños. Hijo de Hipnos (el sueño) y Nix (la noche). Cada mortal tiene una imagen diferente de él. Algunos lo representan con alas que baten muy rápido, otros como un anciano que sabe todo acerca de la vida y unos pocos no imaginan más que su efecto en las personas. Está encargado de llevarle los sueños personalmente a reyes y emperadores, pero su trabajo va mucho más allá. Es quien induce los sueños de quienes duermen y suele adoptar la forma humana de alguno de sus seres queridos para permitirle a los mortales huir de la realidad durante un rato.


Para los dioses, Morfeo no era ni remotamente cercano a lo que la mayoría imagina. De hecho, es un niño de cabello negro y complexión delgada. El resto de sus rasgos no están bien definidos, ya que su misma habilidad de cambiar su apariencia terminó por deformar sus facciones al punto en el que parece que en cualquier momento pueden moverse y crear un ser que se ve completamente distinto. Afortunadamente, eso no ha pasado y si fuera el caso, ya están preparados para aceptarlo en cualquier presentación.


Gracias a su apariencia juvenil y a su personalidad creativa y juguetona, los dioses le tenían un especial cariño. A pesar de ser uno de los mil hijos que engendraron sus padres, Morfeo se ganó el amor de los mayores dioses del Olimpo, como Zeus y Hera, y le otorgaron el apodo de Morf. Tener un apodo es raro en ese reino, pero nadie se pudo rehusar a darle un diminutivo a un dios tan peculiar.


Por muchos años ayudó a los dioses a comunicarse con los mortales. Trasladó consejos, tácticas de guerra y premoniciones en su nombre. Era tan bueno en su trabajo que el mismísimo Zeus le confiaba la comunicación con sus hijos semidioses. Médicos de todo el mundo le rendían culto debido a que encontraban la cura a enfermedades en sus sueños e incluso llegaban al punto de inducirlo para poder acceder a su sabiduría.


Morf siempre tuvo las mejores intenciones y por años siguió las peticiones de sus superiores al pie de la letra. Todos lo trataban tan bien y le daban tantos beneficios a comparación de sus hermanos que hubiera sido una locura no obedecer. O al menos eso creyó durante mucho tiempo, pero era un dios joven y de personalidad impulsiva, así que poco a poco comenzó a ayudar a los mortales por iniciativa propia. Él miraba como sufrían por falta de recursos o enfermedades aparentemente incurables, así que se compadeció de ellos y les reveló secretos para obtener lo que necesitaban por su cuenta, sin depender de la intervención de los dioses.


Por mucho tiempo, Morf logró mantener su trabajo para los humanos en secreto. Los demás dioses se sorprendían de su habilidad para resolver problemas o lograr convencerlos de ayudarlos. El problema comenzó cuando los humanos comenzaron a rendirle más culto del usual. Tenían reuniones grandes en las que, casualmente, todos tenían revelaciones divinas para solucionar sus problemas. Morf era feliz porque al fin lo adoraban tanto como él merecía y la calidad de vida de los mortales había mejorado mucho, pero como todo lo bueno, su plan estaba destinado a terminar en algún punto.

A pesar de buena relación con Zeus, Morf le tenía un enorme respeto, miedo y admiración. Sabía que si Zeus descubría lo que había estado haciendo, este lo detendría al instante e incluso podría llegar a dañarlo. Fue justo lo que pasó. No había pasado ni un año desde que Morf comenzó a ayudar a los humanos cuando lo descubrieron. Fue llamado a la cima del Monte Olimpo y puesto en un juicio frente a los principales dioses. Nunca podrá olvidar la cara de decepción de su padre, Hera y del mismísimo Zeus cuando enumeraron sus crímenes. Abusar de su poder, ayudar a los mortales en contra del bienestar de los dioses y desobedecer órdenes de sus superiores.

Morf no dejaba de disculparse mientras temblaba del miedo a la expectativa de su sentencia. No se arrepentía de ayudar a los humanos porque sabía perfectamente que había mejorado mucho su calidad de vida y reducido el sufrimiento innecesario por parte de los dioses, estaba orgulloso de haberlos podido ayudar a pesar de ser un dios pequeño. Lo reconfortaba la idea de que incluso por un momento había podido actuar sin que los demás supieran. El problema de esto fue que todos podían ver sus verdaderos sentimientos. Los dioses lo leían como un libro abierto y eso los enfurecía más. No solo no estaba arrepentido de lo que hizo, sino que estaba orgulloso de haberlos engañado. Tal acto de insurrección ameritaba de un castigo enorme.

El corazón y la mente de Zeus estaban divididos. Ese pequeño dios al que le tenía tanto cariño como a sus propios hijos lo había traicionado. No quería dañarlo ni convertirlo en un simple mortal porque sabía que Morfeo no sobreviviría. Puede ser un alma hermosa, pero no es lo suficientemente fuerte como para hacerle frente a algo tan complejo como la vida humana. Pasó lo que parecieron años viendo a Morfeo con todos los dioses a su alrededor observándolo en espera de la sentencia. Pensó en mil castigos, unos más severos que otros, pero no se decidía.

Cuando tenía frente a él esa cara desfigurada, su corazón se retorcía al saber que no había forma de salvarlo de un castigo. No podía parecer débil frente a los otros dioses y tenía que sentar un precedente ante tal acto de insurrección. Curiosamente fue justo ese peculiar rostro el que terminó de darle la idea del castigo. Desde ese día, Morfeo no podría cambiar de forma a la figura que deseara. Pasaría el resto de su existencia cambiando de rostro cada minuto. De esa manera no podría personificar a ningún dios y los mortales no lo tomarían en serio debido a que nunca sería capaz de demostrar quién es.

Morfeo estaba destrozado. Su habilidad de cambiar de forma era lo que le permitía comunicarse con los humanos y que lo tomaran en serio. Sin eso sería inútil entrar en sus sueños. Ese día, luego de la sentencia, lloró por horas y los humanos no soñaron por primera vez en años. De hecho, desde ese lamentable día Morfeo no ha vuelto a entrar personalmente al sueño de ningún mortal. Continúa induciéndolos, pero ya no puede enviar mensajes propios a través de estos, ahora eso está en manos de los otros dioses en la rara ocasión en que lo ameriten.


Zeus, en modo de disculpa, le pidió a Kore, musa de la pintura, que hiciera un retrato de Morf antes de su metamorfosis infinita. Fue ella también quien se la entregó y le sacó un millón de lágrimas al pequeño dios. Es lo único que le quedaba de la época en la que todos lo querían y respetaban.

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